¿Qué es la Deconstrucción y qué hace? Pliegues y tensiones
¿Qué es la Deconstrucción y qué hace? Pliegues y tensiones
En la creciente vorágine del discurso cotidiano, cada vez resuena con mayor frecuencia un vocablo que, sin embargo, rara vez se comprende con la profundidad que reclama: la deconstrucción. Su irrupción en nuestras conversaciones, especialmente en el ámbito político, parece contrastar con la ambigüedad conceptual con la que suele manejarse. Pocas veces nos enfrentamos a una definición clara y accesible que nos permita aprehender su alcance.
Aunque el término suele vincularse directamente a la obra
del filósofo argelino Jacques Derrida (1930–2004), lo cierto es que su
genealogía y proyección exceden a este pensador, anudándose a una constelación
intelectual más vasta. Pensadores como Jean-Luc Nancy, Paul de Man, Hélène
Cixous, Gayatri Spivak y Judith Butler han contribuido a ampliar y complejizar
este horizonte teórico.
El influjo de Derrida en las ciencias sociales, las
humanidades y la política contemporánea ha sido —y sigue siendo— profundo. Su
pensamiento, prolífico y elusivo, se despliega en más de setenta libros y
numerosos artículos. Entre sus obras fundamentales cabe destacar De la
gramatología (1967), La escritura y la diferencia (1967), y Márgenes
de la filosofía (1972). No resulta sorprendente, entonces, que los usos
corrientes del término "deconstrucción" se aparten —y no por poco—
del sentido que el filósofo pretendió conferirle. La lectura sistemática de su
obra ha estado mayormente restringida a los círculos académicos, y esto
contribuye a la confusión general.
Pero hay más: Derrida no solo escribe sobre conceptos, sino
que pone en jaque las propias condiciones que hacen posible el pensamiento
conceptual. Es decir, su filosofía se dirige a tensionar críticamente el
lenguaje que la constituye, a cuestionar las categorías mismas a través de las
cuales comprendemos el mundo.
Una posible vía de acceso es preguntarnos, ante todo, qué
no es la deconstrucción. En ese sentido, Derrida nos advierte que “la
deconstrucción no es ni un análisis ni una crítica, sobre todo porque el
desmontaje de una estructura no es una regresión hacia el elemento simple,
hacia un origen indescomponible” (Cartas a un amigo japonés). La
razón por la cual no ofrece una definición cerrada y unívoca del término
estriba en que la deconstrucción busca, precisamente, interrogar las
condiciones que hacen posible formular ese tipo de preguntas.
Entonces, ¿qué es la deconstrucción?
En una entrevista celebrada en la Universidad de Cambridge,
un periodista le preguntó directamente a Derrida si podía definir la
deconstrucción en pocas palabras. Su respuesta fue tajante: eso es imposible.
¿Por qué? Porque el acto mismo de definir implica el uso de categorías
estabilizadas que la deconstrucción, como gesto filosófico, busca
desestabilizar.
El núcleo de esta operación radica en detectar y desmontar
las estructuras binarias sobre las que se erige el pensamiento occidental.
Derrida ha mostrado que nuestras construcciones conceptuales tienden a
organizarse en oposiciones jerárquicas: presencia/ausencia, alma/cuerpo,
razón/emoción, hombre/mujer, heterosexual/homosexual. En todos estos casos, uno
de los polos se privilegia y se afirma, mientras el otro se margina y se define
por su diferencia o ausencia respecto del primero.
“[El movimiento de la deconstrucción] consiste en el intento
de explicitar las contraposiciones del discurso filosófico, a partir de la
lectura de los textos de la tradición con el propósito de echar luz sobre las
represiones que subyacen a estas determinaciones, los juicios de valor que se
incorporan implícitamente y, de esta manera, revelar la lógica (racional) que
los articula”
— Alicia Frassón, Jacques Derrida un pensador diferente, p. 167.
Piénsese, por ejemplo, en la identidad de género. Esta suele
concebirse como una oposición excluyente entre "hombre" y
"mujer". Tal polarización impide imaginar identidades que escapen a
este esquema. Derrida problematiza precisamente esta estructura lógica que
fuerza una exclusión mutua, donde uno solo puede ser lo uno o lo otro.
Este cuestionamiento se conoce como crítica a la “metafísica
de la presencia”, que no es otra cosa que el intento de pensar más allá de la
lógica binaria que reduce el ser a presencia plena, y a todo lo demás como su
carencia. Así, el pensamiento occidental ha privilegiado siempre la presencia
sobre la ausencia, la luz sobre la sombra, el habla sobre la escritura, lo
masculino sobre lo femenino.
El segundo término de estas oposiciones, por ende, es
concebido como una negación o una falta. Por eso, en el caso de la orientación
sexual, lo “no heterosexual” aparece como una categoría secundaria, construida
por contraste con una norma silenciosamente aceptada como universal.
En este marco, la tarea de la deconstrucción implicaría pensar
lo “no heterosexual” sin referencia a lo heterosexual. Del mismo modo, en
clave feminista, se trataría de concebir qué significa ser “mujer” sin tener
que remitirse a la figura masculina como referente identitario.
“Deshacer, descomponer, desedimentar estructuras […] no
consistía en una operación negativa. Más que destruir era preciso asimismo
comprender cómo se había construido un “conjunto” y, para ello, era preciso
reconstruirlo”
— Jacques Derrida, Cartas a un amigo japonés.
La deconstrucción, entonces, no es un método en sentido
técnico. No se trata de seguir un protocolo analítico, ni de realizar una
crítica convencional. Es un trabajo minucioso que desarma estructuras
conceptuales, no para reducirlas a elementos más simples, sino para mostrar los
pliegues, las tensiones, los silencios y los supuestos que las constituyen.
No busca ofrecer respuestas o soluciones cerradas, sino
visibilizar las antinomias y contradicciones internas —las aporías— que
sostienen a los discursos. No es crítica porque también ella, la crítica, es
susceptible de ser deconstruida.
El sentido político de la deconstrucción
Frente a la pregunta sobre si la filosofía puede transformar
el mundo, Derrida señala: “la deconstrucción comprende muchos aspectos y
dimensiones, pero desde el punto de vista de esta pregunta realizar un trabajo
deconstructivo afecta no sólo a los conceptos filosóficos sino también a las
propias instituciones filosóficas, dado que también deconstruye las
instituciones, las estructuras sociales de enseñanza y de investigación”.
La deconstrucción opera políticamente mediante dos
movimientos: inversión y desplazamiento. El primer paso
consiste en invertir jerarquías (revalorizar lo oprimido). Pero esta inversión,
por sí sola, no alcanza. De hecho, puede reproducir la misma lógica binaria que
se intenta impugnar. Por eso, se requiere un segundo momento: desplazar el sistema
conceptual que generó la oposición, para imaginar nuevas formas de pensar que
escapen a su lógica fundacional.
Por ejemplo, no basta con afirmar que lo femenino es más
valioso que lo masculino. Esta inversión mantiene intacta la distinción entre
lo uno y lo otro. La deconstrucción iría más allá: propondría repensar —o
incluso abandonar— esas categorías mismas, abriendo paso a nociones como
"género fluido" o "no binario", que no se definen por
oposición, sino por su singularidad.
De este modo, el gesto deconstruccionista no solo
desestabiliza lo establecido, sino que genera nuevas formas de comprensión,
nuevos significados, nuevas identidades. No se trata simplemente de demoler,
sino de liberar posibilidades contenidas, reprimidas o negadas por los
discursos dominantes.
Así, la deconstrucción puede aplicarse a nociones tan
fundamentales como la responsabilidad, la justicia, la hospitalidad o la
democracia. Su vocación no es solo epistemológica, sino también práctica.
No busca solo conocer: quiere intervenir.
“Los límites, las fronteras, las determinaciones han de ser
inicialmente reconocidas, transitadas para, sólo entonces, poder ser
transgredidas, desplazadas, solicitadas, abiertas hacia otros-diferentes modos
de pensar, leer, habitar el mundo, los textos, la vida misma”
— Alicia Frassón, Jacques Derrida un pensador diferente, p. 166.
En suma, la deconstrucción no consiste en elegir entre
opuestos, sino en reconstruir los sistemas que los contienen, desbordarlos y
pensar más allá de sus márgenes. Los textos, las instituciones, las prácticas,
no poseen significados cerrados. Están siempre en tensión, siempre excedidas
por lo que no pueden contener.
La deconstrucción es, en última instancia, una apertura: una
interrupción de lo que se ha sedimentado como natural o incuestionable. Es una
invitación a pensar —y vivir— de otro modo.