Infocracia: el nuevo despotismo digital y su desafío político en Colombia
Infocracia: el nuevo despotismo digital y su desafío político en Colombia
En el mundo digital, el exceso de datos no esclarece, sino que oscurece. La posverdad y las fake news no son anomalías sino expresiones naturales de esta infocracia, un régimen donde el flujo incesante de información sustituye a la argumentación y la deliberación. La política, en este contexto, se convierte en espectáculo. No triunfa el mejor argumento, sino el mensaje más viral. La democracia, entonces, corre el riesgo de degradarse en una guerra de clics y algoritmos.
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El poder invisible de los datos
Han advierte que el poder contemporáneo ya no se ejerce a través de la represión directa, sino mediante la seducción informativa y el control algorítmico. En sus palabras: “El poder de la infocracia consiste en la hipercomunicación y la hiperinformación que generan un ruido que hace imposible la formación de la voluntad política”.
En otras épocas, el soberano imponía silencio; hoy, el algoritmo impone ruido. La sobreexposición y la sobreinformación nos arrastran a una parálisis de la atención. El ciudadano, saturado de estímulos, deja de ser sujeto crítico para convertirse en consumidor pasivo de tendencias digitales.
Colombia en la era de la infocracia
Colombia, con su frágil democracia y su historia marcada por la polarización, es un terreno fértil para este despotismo invisible. La política se juega cada vez más en redes sociales: candidatos que confunden gobernar con tuitear, campañas políticas convertidas en espectáculos de desinformación y una ciudadanía atrapada en burbujas digitales que refuerzan prejuicios en lugar de abrir espacios de debate.
La infocracia en Colombia no solo erosiona la calidad del debate público, sino que también alimenta la violencia simbólica y discursiva que ha caracterizado nuestro conflicto social y político. Las redes amplifican el odio, normalizan la mentira y vuelven anecdótica la verdad.
Propuestas para resistir a la infocracia
Ante este panorama, cabe preguntarse: ¿qué hacer? No basta con denunciar el fenómeno; es necesario imaginar resistencias políticas y culturales que permitan recuperar la democracia de los tentáculos de los algoritmos.
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Alfabetización digital crítica: No se trata solo de enseñar a usar la tecnología, sino de educar en la lectura crítica de la información, en la detección de fake news y en la reflexión ética sobre el consumo digital. Colombia debería implementar programas estatales en colegios y universidades que fortalezcan la conciencia ciudadana frente a la manipulación informativa.
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Regulación transparente de algoritmos: Los algoritmos que deciden qué vemos y qué ignoramos son cajas negras. Siguiendo el espíritu de Han, es urgente exigir transparencia en estas arquitecturas digitales. El Estado colombiano, en diálogo con organismos internacionales, debe legislar para que plataformas como Facebook, X o TikTok rindan cuentas sobre cómo construyen las realidades que consumimos.
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Medios públicos robustos y plurales: Frente a la saturación de mensajes virales, se requieren espacios de información que prioricen la verdad sobre el impacto. Fortalecer los medios públicos en Colombia y blindarlos de intereses políticos es una estrategia de resistencia frente al ruido de la infocracia.
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Ética digital en la política: Es necesario un pacto ético entre partidos y movimientos sociales que limite el uso de noticias falsas y campañas de odio en redes sociales. En una democracia herida como la colombiana, un mínimo de honestidad comunicativa podría ser el primer paso hacia la sanación política.
Byung-Chul Han nos recuerda que “el exceso de información no conduce a la verdad, sino a su disolución”. En Colombia, donde la verdad ya ha sido tantas veces silenciada por la violencia y la manipulación, la infocracia representa un desafío doble: luchar no solo por la justicia social y la paz, sino también por la dignidad de la verdad.
Resistir a la infocracia es un acto político y ético. Implica devolverle a la ciudadanía la capacidad de escuchar, reflexionar y deliberar. En tiempos donde los algoritmos gritan más que las ideas, el reto es sencillo de enunciar y difícil de realizar: hacer de la política un espacio de sentido, y no de ruido.